¿Porqué algunos tarotistas no quieren mirar el futuro?



Había una vez un hombre que supo todo lo que le ocurriría a futuro. Sabía cuando vendría la más grande alegría y cuando la más profunda tristeza. Todo con tanto detalle que no sabía bien si derrumbarse o seguir avanzando. Sin embargo, él decidió avanzar. Porque comprendió que la tranquilidad y perfección de su vida no dependía del porcentaje de cosas buenas y malas que pasaran, sino del amor y compasión con la que podía entender y abrazar todo eso. Comprendió que las escenas de su vida formaban parte de una obra mucho más grande en dónde la noche bailaba con el día y él como un observador entendía todo. Entonces respiró tranquilo y sonrió. Porque, a pesar de que su vida perdió en un instante toda sorpresa, entendió que la belleza, la verdadera belleza a la cual podía aspirar era la de su propia aceptación. Un aceptar que no era rendición sino profunda sabiduría y agradecimiento.

Desde hace ya varios años veo cómo colegas que usan el tarot se niegan tajantemente a usarlo como un oráculo de adivinación, echando mano de un recurso relativamente nuevo que se llama Tarot Terapéutico, en dónde todas las preguntas y el desarrollo mismo de la lectura se enfoca en el interior del consultante, permitiendo sacar a la luz miedos, nudos psicológicos y patrones de comportamiento negativos. 

Yo mismo he pasado por allí y fui hace años un defensor de este tipo de lectura, atacando la adivinación porque había creído aquello de que era negativa porque podía condicionar al consultante a través de un poder que yo adquiría sobre el.  Pero ¿qué trampa se oculta en este deseo bien intencionado de no sentenciar ni exponer escenas del futuro del consultante? 

Una trampa que me demoré años en descubrir y que vino de la mano de una duda que tuve al ver cómo mis colegas y yo huíamos de la adivinación como de la peor de las pestes.

¿Porqué huíamos? Seguramente porque habíamos decidido pensar que eso de decirle cosas al consultante sobre su futuro podía ser negativo y para no sentirnos cómplices o culpables de aquella situación decidimos sacarnos a nosotros mismos de la ecuación. Así el consultante no tendría acceso a su futuro y nosotros los tarotistas no tendríamos que lidiar con aquel conflicto moral que un día decidimos aceptar en nuestras cabezas. Era un trato que dejaba a todos contentos. Los tarotistas no se sentían responsables por mostrarle el futuro a otros y los consultantes no se llevaban sorpresas desagradables.


La trampa de los que se niegan a la adivinación


Cerramos la puerta de acceso al futuro no por ser buenos y proteger al otro, sino porque tenemos miedo de lo que podemos encontrar en esas visiones. No sabemos cómo gestionar eso y creemos que mirándolo podemos echar a perder algo en nuestra vida y en la vida del resto. 


Es ese miedo primitivo el que nos hace distanciarnos de cualquier método que nos permita acceder a esa información e inventarnos elaboradas justificaciones para no meternos allí. Detrás de las buenas intenciones que un tarotista puede tener para no hablar de futuro, lo que hay es miedo a hacer daño, reflejo del miedo a sus propias imágenes del futuro que cree le pueden dañar irreparablemente si las conoce.

No es un acto benevolente, es pavor a su propio futuro. Porque si yo soy capaz de mirar el futuro de otros también soy capaz de ver el mío y eso genera una nueva pregunta ¿Estoy preparado para ver y gestionar las visiones de mi futuro? 

Si la respuesta es sí, entonces estoy preparado para mostrar el futuro a otros. Si digo no, seguiré bloqueando el paso al futuro no solo mío sino al de aquellas personas que me piden verlo. Entonces el miedo me habrá consumido y habré sellado una puerta de información adicional en mi vida.

Es importante revisar si hay miedo detrás de nuestro discurso súper espiritual y amable de no te quiero condicionar o no te quiero hacer daño. Entonces abrazar o rechazar el futuro será una decisión personal. En mi caso particular elijo mirar el futuro a la vez que utilizo otros modelos terapéuticos. No temo y por tanto me abro a lo que tenga que venir.  No rechazo lo que puedo saber de mí así como no rechazo lo que puedo saber de los demás.


He compartido en portada la carta de tarot 8 de Espadas porque en algún punto representa la limitación autoimpuesta en dónde la persona queda ciega respecto a su propia vida, algo que ocurre con aquellos que tienen el don de mirar el futuro y se niegan a hacerlo por miedo y supuesta consideración al resto, limitando su propia visión y capacidad.


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