La edad e infidelidad de los átomos || Reflexión.



Si por un momento te pones a pensar en los cuatrillones de átomos que conforman tu cuerpo te darás cuenta de lo relativa que es la experiencia humana. Te pones a pensar en la antigüedad de los átomos y cómo muchos de ellos pueden ser incluso más viejos que tú, aplicando la clásica Ley de la Conservación de la Materia. 

Los átomos son como los turistas que buscan siempre el verano. Cuando llega el invierno de nuestros cuerpos ellos se van. Dejan de estar en nosotros y se mezclan formando otros elementos químicos que darán forma a otros cuerpos, gases o líquidos. Estos viajeros del tiempo y el espacio van y vienen. No representan nuestra identidad y cumplen el tránsito que les corresponde y que acaba cuando morimos. Los átomos no son fieles a nada ni nadie. De la misma forma en que un turista sale de Italia y no se lleva a Italia consigo, así mismo el átomo nos abandona y no nos lleva con él. Sigue su camino como un apátrida y renegado, un descastado que nunca mira hacia atrás. 

Las ideas que se desprenden de esta pasmosa infidelidad atómica dan para divagar muchas cosas. Algunas tan paradójicas como la idea de que algún día los átomos que formaron mi cuerpo estarán en cosas que siempre odié como la coliflor, el pepino u otras cosas que no me gustan. Un día los átomos de un político de derecha formarán el cuerpo de uno de izquierda o los de un católico formarán los de un satanista. Puede que los átomos que me abandonen luego participen en el nacimiento de una extraña raza de ratón en áfrica o en un billete que pasará por cientos de manos, antes de caer en las de un traficante de drogas. Y así, infinitas paradojas en donde la materia en un ciclo interminable creará nuevos elementos y situaciones.

Si recostado en mi cama observo mi mano, no puedo dejar de sentirme pequeño en una inmensidad en donde apenas soy un suspiro. En cómo cuando muera los turistas se irán a formar otros cuerpos y objetos, dejando en el olvido mis divagaciones, mi consciencia e identidad. Pese a todo, me siento orgulloso de llevar encima estos viejos e infieles átomos que me acompañarán hasta mi último día. Cuando me desintegre y piense por última vez en las ridículas guerras y penas de un mundo construido con los mismos átomos que un día formarán labios y cuerpos para amar. Átomos que serán parte de alguien que lea esta reflexión. Un otro que no seré yo y que se sorprenderá al pensar en las curiosas paradojas de la Ley de la Conservación de la Materia.

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