Cuando los rituales no funcionan, acepta el fracaso.





Hoy en día existen rituales para todo. Para la abundancia, para vender la casa, encontrar una mascota o simplemente para sentirse bien. Pero de todos, quizá los más populares son los relacionados a temas sentimentales.

En este caso, la mayor preocupación es recuperar al ser amado. Endulzar la situación para que este se ponga en contacto y mejorar así la relación en general. El afectado, con la intención de resolver su problema, se mete en un área esotérica escabrosa en donde se mezclan personas honestas, zumbados y estafadores que ofrecen la luna y el sol en menos de siete días y lo único mágico que logran es esfumarse como fantasmas.



El proceso de entrada en el mundo de los rituales sigue un mecanismo muy parecido al que podría tener una persona iniciándose en las drogas. El afectado por algún problema sentimental comienza a hacer pequeños rituales sacados de internet, pide consejo a brujos de dudosa procedencia y luego en un acto de osadía paga una pequeña suma por algún hechizo que pueda devolverle a la persona amada.

Finalmente y si ninguno de los pasos anteriores funciona, cae en redes más grandes y se gasta todo lo que tiene en amarres y misteriosos ejercicios simbólicos que prometen de manera fulminante traer al esquivo amante. Lo peor viene cuando nada funciona y el afectado, totalmente ciego, ni siquiera es capaz de tomar conciencia de todo el dinero que se ha gastado. Entonces, atontado por su dolor, es presa fácil para depredadores más virulentos que aprovecharán su adicción para estrujarle. De la misma forma en que el camello o dealer venderá más droga al adicto, sin importarle si eso le lleva a la quiebra económica o a la muerte.



Para mi el gran problema en estos casos es la poca tolerancia a la frustración que tienen los afectados.

Es cierto que muchas veces las relaciones pasan por momentos críticos y es válido luchar por rescatar a esa persona que amamos. Pero también es cierto que, a veces, la ruptura es definitiva e irreversible y se debe aprender a fracasar.

Pero ¿cómo saber cuándo luchar y cuándo rendirse?

Una forma de darse cuenta del fracaso es observar cuánto esfuerzo, tiempo y dinero hemos perdido al hacer rituales que después de meses y quizá años no nos han llevado a nada. En este caso el sentido común nos dice que ya no hay vuelta atrás y lo que queda es una especie de locura ciega que rehúye la verdad que en un cartel luminoso y con letras gigantes dice YA NO TE QUIERE, VETE YA DE UNA VEZ.

Cosa distinta pasa con parejas o relaciones en dónde hay problemas, pero sabemos que después de unos días o semanas la cosa se arregla. Viene bien, entonces, hacer rituales y gestos simbólicos para tener una buena actitud y estar positivo. En este caso, el sentido común nos dice que estamos dentro de un margen normal de crisis que casi todas las parejas experimentan y no hay nada insano en ello.



Cuando has pasado demasiado tiempo atrapado en el mundo de los rituales sin obtener resultados lo más digno es aceptar y encajar el fracaso, hacer frente al mensaje en el cartel luminoso.

Caer de rodillas y dejarse de tonterías es lo mejor que puedes hacer cuando tus recursos emocionales y materiales están en cero. Entonces no necesitas darle más vueltas al asunto y puedes tener el suficiente amor propio para retirarte a tiempo. Así dejas de dar la lata a la humanidad, pero por sobre todo, dejas de regalarle tu dinero a bestias salvajes que solo se aprovechan de tu inmadurez.



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Imagen de portada: Loui Jover.
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